Disfruto los relatos donde ficción y realidad se mezclan, donde el autor juega a confundir lo imaginado con lo vivido, en los que la historia y los personajes sufren por la vida real del lector.
Marco Denevi escribió en 1979 uno de los cuentos que personalmente más me han hecho disfrutar: "Descenso a los infiernos de la imaginación".
En el se relata, a través de un jefe que le pide a un redactor para su revista un cuento, el proceso de creación de una historia a partir de una anécdota real y aparentemente insignificante. Sin embargo, cuando vamos avanzando en el relato que cuenta el director, vamos percibiendo que pudo ser algo más que insignificante. El que va a ser el escritor, no habla, se supone que asiste impávido al relato de su propia vida que se va a publicar en forma de cuento, y solo escuchamos al director que va deshaciendo la madeja de lo vivido para concluir que puedo ser mucho más de lo que todo el mundo se imagina.
Siento ser tan misterioso, pero prefiero que vayan descubriendo, al igual que nuestro protagonista oculto, el relato mientras el director nos lo cuenta.
"usted se comprometió a escribir un cuento, un cuento de amor, de diez carillas, y a entregarlo, listo para su publicación en Quimeras, el lunes próximo. Hoy es el viernes anterior a ese lunes y usted, del cuento, todavía no ha escrito una línea. No se le ocurre nada, ningún argumento, ni siquiera un personaje suelto. Está desesperado, con la mente en blanco.
Oiga. ¿Por qué no se decide, por fin, a convertir en un cuento aquel episodio, sí, aquello que les sucedió, a usted y a Verena, en Bélgica, arriba del tren que los llevaba a Bruselas? No sé por qué usted siempre se negó a aprovecharlo. De acuerdo, el episodio por sí mismo no vale gran cosa, es apenas una anécdota de esas que uno saca a relucir, de regreso, delante de los amigos, junto con las fotografías y los ceniceros que se robó en los hoteles. Pero ¿para qué está la imaginación?" Seguir leyendo