Juan Teba, quien prologa esta antología en una magnífica introducción, nos espanta los fantasmas que envuelven los relatos del western. Porque si bien es cierto que el séptimo arte ha profundizado con calidad en personajes e historias sobre el oeste, la literatura se ha caracterizado en esta temática farwest por folletines carentes de originalidad y relatos tipo propios de una literatura menor.
En cambio, esta recopilación apuesta por relatos cuyo marco general es el oeste pero con una calidad inherente a literatos de la calidad de Dickens, cuyo cuento es menor que su literatura y de los demás relatos, Twain o O´Henry, y recurre a historias míticas como "La hoguera", de Jack London o el relato de Francis Bret Harte que hoy nos ocupa "Los expulsados de Poker-Flat".
Hace años leí este relato en la magnífica recopilación del cuento literario norteamericano realizado por Richard Ford y, por leer durante meses tantos cuentos literarios abrumadores por su calidad o por mi falta de competencia, pasó ante mis ojos desapercibidos esta pequeña joya. No le degusté y si bien es cierto que me pareció correcto y triste, no produjo en mí el eco que al leerlo ahora me ha provocado.
Es una historia que cuenta el descenso a los infiernos de unos relegados, de unos expulsados, de una ciudad llamada Poker-Flat, que apenas se sabe nada de ella, salvo que un día se levanta con ánimo de desterrar personas poco gratas y que está rodeada de terribles montañas. Así huyen por un desfiladero, sin apenas víveres, un tranquilo jugador de cartas, dos mujeres que se dedicaban profesionalmente al sexo y un borracho. Al cabo de unos días, deciden no continuar -por desidia, por falta de ilusión vital- y se instalan en un cortado a la espera de no se sabe muy bien qué, pero con el invierno susurrando su llegada. Además, a los pocos días se juntan una pareja de inocentes jóvenes que se unen al malogrado grupo. Todo refulge una tristeza, una inminente tragedia (identificada con el cruel invierno) y todo a partir de aquí empeora.
El relato no se apiada de los relegados, pero tiene la grandeza de que nos identificamos con ellos. Viven un descenso a los infiernos sin ser culpables, sólo han vivido lo que les ha tocado y su final es una consecuencia lógica, dramática, pero lógica de una vida de perdedores.
Es un relato hermoso, de pequeños gestos de enorme humanidad, pero también de acciones ruines, que conforman un escrito redondo, injusto, y que recoge, a pesar de ser tan breve, un personaje literario de los grandes como es el jugador profesional John Oakhurst que sólo "topó con una racha de mala suerte y devolvió sus naipes".
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