Como ha dicho Ana Mª Pérez
Cañamares, Quim Monzó es un creador en el sentido más estricto de la palabra,
porque, para él, el lenguaje es un material maleable con el que, sin ninguna
solemnidad, juega, explora y provoca. Como un hábil maestro de las capas
profundas de la lengua y de los más escondidos estratos significativos, también
juega con el lector, que, a veces, se encuentra leyendo con una leve sonrisa de
connivencia sin darse cuenta de que lo que tiene entre sus manos -como sucede
con “redacción-, es una bomba de relojería que explota en el último momento,
cuando al fin tiene conciencia del desajuste entre la realidad narrada y el
lenguaje narrativo.
El profesor ha puesto como tarea
a sus alumnos una redacción que responda al título “Qué hice el domingo”. En
ese marco textual y comunicativo, perfectamente reconocible, el receptor del
texto habría de ser únicamente el maestro que ha pedido a sus alumnos este
deber escolar para realizarlo en casa y entregarlo el lunes al llegar a clase.
Y, sin embargo, el lector del cuento de Monzó es quien se convierte en
narratario accidental de un texto aparentemente ingenuo, escrito por el autor
catalán como un divertimento de imitación de la manera de contar simple y
totalmente inocente propia de un escolar. Pero, poco a poco, al darse cuenta de
la carga de profundidad subyacente, el desprevenido lector traspasa la situación
comunicativa inicial y elabora su propia interpretación. En definitiva, todo el
cuento contrapone la visión que el niño tiene de la realidad y la del lector
adulto que va entendiendo los sucesos narrados de manera muy distinta a como lo
hace el inocente narrador de la redacción.
El escritor catalán imita,
acertadamente, la elemental manera de escribir del pequeño escolar; y el
contenido de la redacción es el desarrollo ordenado, mimético y tópico, sin
ningún atisbo de interpretación, de las vicisitudes de una familia de clase
media a lo largo de un domingo. Aunque gradualmente van perfilándose
referencias a la grave desavenencia de los padres, es al final cuando el lector
se da cuenta de que el niño, sin darle especial importancia, con total candidez
y sin comprender lo que ha pasado, expone las secuencias de una trágica escena
de violencia machista, que remata en el uxoricidio.
REDACCIÓN
Quim Monzó (España, 1952)
¿Qué hice el domingo?
El domingo fue un día en que
hizo mucho sol y fui a pasear con papá y mamá. Mamá llevaba un vestido beige
con una rebeca de color blanco hueso, y papá un pulóver azul Raf y unos
pantalones grises y una camisa blanca, abierta. Yo llevaba un jersey de cuello
cerrado, azul como el pulóver de papá pero más claro, y una chaqueta marrón y
unos pantalones también marrones, un poco más claros que la chaqueta, y unas
wambas rojas. Mamá llevaba unos zapatos claros y papá unos negros. Por la
mañana paseamos y a media mañana fuimos a desayunar a las Balmoral. Pedimos un
suizo y una ensaimada rellena, y yo pedí cruasanes. Luego fuimos a ver las
flores, y las había rojas y amarillas y blancas y rosas, e incluso azules, que
papá dijo que eran teñidas, y plantas verdes y violetas, y pájaros grandes y
pequeños, y papá compró el periódico en un quiosco. También fuimos a mirar
escaparates, y, una vez que llevábamos mucho rato delante de un escaparate con
jerseys, papá le dijo a mamá que se diera prisa. Y luego, en una plaza, nos
sentamos en un banco verde, y había una señora mayor con el pelo blanco y las
mejillas muy rojas, como tomates, que daba pan a las palomas, y me recordaba a
la yaya, y papá leía el periódico todo el rato y yo le pedí que me dejase mirar
los dibujos y me dejó medio periódico y me dijo que no lo estropeara. Luego,
cuando ya subíamos a casa, mamá, como papá estaba todo el rato leyendo el
periódico, le dijo que siempre lo estaba leyendo y que ya estaba harta: que lo
leía en casa, desayunando, comiendo, en la calle, caminando o en el bar, o
cuando paseábamos. Y papá no dijo nada y continuó leyendo y mamá le insultó y
luego era como si lo sintiese, y me dio un beso, y luego, mientras mamá estaba
en la cocina preparando el arroz, papá me dijo no le hagas caso. Comimos arroz
caldoso, que no me gusta, y carne con pimientos fritos. Los pimientos fritos me
gustan mucho pero la carne no, que está muy cruda, porque mamá dice que así
está más rica, pero a mí no me gusta. Me gusta más la carne que dan en el
colegio, bien quemadita. En el colegio no me gustan nunca los primeros platos.
En cambio, en casa me dan vino con gaseosa. En el colegio no. Luego, por la
tarde, vinieron mis titos con mi primo, y mis titos se pusieron a hablar en la
sala, con mis papás, y a tomar café, y mi primo y yo fuimos a jugar al jardín,
y allí jugamos a madelmanes y al futbolín, a la pelota y con el camión de
bomberos y a guerras de astronautas, y mi primo se puso muy tonto porque perdía,
y a mí es que mi primo me molesta mucho, porque no sabe perder, y tuve que
soltarle un guantazo y se puso a llorar muy fuerte, y vinieron mi mamá y mi
tita y mi tito, y mamá dijo qué ha pasado y, antes de que yo le contestara, mi
primo dijo me ha pegado y mi mamá me dio una bofetada y yo también me puse a
llorar y volvimos todos a la sala, y mamá me cogía de la mano y papá leía el
periódico y fumaba un puro que le había traído el tito, y mamá le dijo los
niños están en el jardín, matándose, y tú aquí, tan tranquilo, repantigado. La
tita dijo que no pasaba nada, pero mamá le dijo que siempre era lo mismo, que a
veces se hartaba. Luego los titos se fueron y, mientras se iban, mi primo me
sacó la lengua y yo también se la saqué, y papá puso el televisor, porque daban
fútbol, y mamá le dijo que cambiase de canal, que en el segundo ponían una
película y papá dijo que estaba viendo el partido y que no.
Luego fui al jardín, a ver la
muñeca que tengo enterrada allí, al lado del árbol, y la saqué y la acaricié y
la reñí porque no se había lavado las manos para comer y luego la volví a
enterrar, y fui a la cocina, y mamá lloraba y le dije que no llorase. Luego me
senté en el sofá, al lado de papá, y vi un rato el partido, pero luego me
aburría y miré a papá, que era como si tampoco viese el partido y como si
tuviera la cabeza en otra parte. Luego pusieron anuncios, que es lo que más me
gusta, y luego la segunda parte del partido, y fui a ver a mamá, que estaba
preparando la cena, y luego cenamos y pusieron una película de dibujos animados
y las noticias, y una película antigua, de una artista que no sé cómo se llama,
que era rubia y muy guapa y muy pechugona. Pero entonces me mandaron a dormir
porque era tarde y subí las escaleras y me fui a la cama, y desde la cama oía la
película y cómo discutían mis papás, pero con el ruido del televisor no podía
oír bien lo que decían. Luego se peleaban a gritos y bajé de la cama para
acercarme a la puerta y entender lo que decían, pero como todo estaba a oscuras
no veía bien, sólo el claro de luna que entraba por la ventana que da al jardín
y, como no veía bien, tropecé y tuve que volver a la cama con miedo por si
venían a ver qué había sido aquel ruido, pero no vinieron. Yo escuchaba cómo continuaban discutiendo. Ahora lo oía mejor
porque se ve que habían apagado el televisor, y papá le decía a mamá que no le
molestara y la insultaba y le decía que no tenía ambiciones, y mamá también le
insultaba y le decía no sé si que se fuese de casa o que se iría ella, y decía
el nombre de una mujer y la insultaba, y luego oí que se rompía alguna cosa de
cristal y luego oí gritos más fuertes, y eran tan fuertes que no se entendían,
y luego oí un gran grito, mucho más fuerte, y luego ya no oí nada. Luego oí
mucho ruido, pero flojito, como cuando para fregar arrastran los módulos del
tresillo. Oí que se cerraba la puerta del jardín y entonces volví a salir de la
cama y oí ruido fuera y miré por la ventana, y tenía frío en los pies, porque
iba descalzo, y fuera estaba oscuro y no se veía nada, y me pareció que papá
cavaba al lado del árbol y tuve miedo de que descubriese la muñeca y me
castigara, y volví a la cama y me tapé bien, incluso la cara, escondida bajo
las sábanas y a oscuras y los ojos bien cerrados. Oí que dejaban de cavar y
luego unos pasos que subían las escaleras y me hice el dormido y oí que se
abría la puerta del cuarto y pensé que debían de estar mirándome, pero yo no vi
quién me miraba, porque me hacía el dormido y por eso no lo vi. Luego cerraron
la puerta y me dormí y al día siguiente, ayer, papá me dijo que mamá se había
ido de casa y luego vinieron señores que preguntaban cosas y yo no sabía qué contestar y todo el rato
lloraba, y me llevaron a vivir a casa de los titos, y mi primo siempre me pega,
pero eso ya no fue el domingo.
“Redacciò”, en Olivetti,
Moulinex, Chaffoteaux et Maury, 1980.
Ochenta y seis cuentos, trad. Javier Cercas, Barcelona, Anagrama, 2001, págs. 67-70.
a que libro pertenece?en que año se publicó?
ResponderEliminarEs el segundo libro de relatos del escritor catalán "Olivetti, Moulinex, Chaffeauteaux et Maury..." de 1980. Y si no lo encuentras en castellano este libro, lo podrás leer en la recopilación: Ochenta y seis cuentos.
EliminarUn fulgoriano abrazo
Un niño que juega a lo que juega el protagonista con su primo en el jardín, efectivamente es un niño. Por tanto hay que adecuar el vocabulario y las expresiones lingüísticas a su edad, pongamos entre 6 y 8 años. Y no es así, la redacción es de un adulto que intenta imitar con gran torpeza la sintaxis de un niño. Pero un niño de esa edad no es, por otra parte, tan ingenuo en lo referente al conflicto de pareja de sus padres. Resumiendo, un relato malo con un final completamente absurdo y trasnochado: el padre enterrando en el jardincito del adosado el cuerpo de la madre aún caliente, como algo previamente planeado. De la presentación que hace del libro M. d R., mejor no decir nada, o solo esto: qué portentosa inventiva!
ResponderEliminarSiento que no le haya gustado. Podíamos decir que la voz narrativa del niño, no es lo importante. Permitamos una licencia literaria, entremos en ese juego; sino, sería muy difícil imaginar, profundizar en la narrativa porque siempre alguna voz, descripción, diálogo no será lo que debe ser según las reglas de la realidad.
ResponderEliminarLa ficción no pretende reflejar un estilo, una voz, un lugar exactamente, lo que quiere es que juguemos con nuestra imaginación.
Gracias, un fulgoriano abrazo
Escritor es el que sabe escribir, el que hace convincentes a los personajes porque domina el arte de la escritura. No hace falta que sea un Chéjov, no todos alcanzamos la excelencia, pero sí que cuide la forma. Si no se cuida la forma, la literatura deja de ser un arte y pierde su esencia. Las historias, por otro lado, son las mismas desde hace una eternidad, se repiten y repiten por algún raro designio. Es el envoltorio lo que las hace interesantes y en muchos casos les da apariencia novedosa.
ResponderEliminarMis comentarios, desde luego, no dejan de ser opiniones, observaciones subjetivas. Gracias por ese abrazo fulgoriano, que devuelvo con todo placer.
¿Alguien puede decirme en qué localidad se supone que está ambientado el cuento "Redacción"?
ResponderEliminarGracias