"...el cuento literario condensa la obsesión de la alimaña, hace perder al lector contacto con la desvaída realidad que le rodea, arrasarlo a una sumersión más intensa y avasalladora. De un cuento así se sale como de un acto de amor, agotado y fuera del mundo circundante, al que se vuelve poco a poco con una mirada de sorpresa, de lento reconocimiento, muchas veces de alivio y tantas otras de resignación"
Julio Cortázar: "Del cuento breve y sus alrededores"

lunes, 17 de noviembre de 2014

Mitch Albom y sus cantos de sirena.

La literatura, como todo producto de consumo, no es ajena a las campañas publicitarias, a las modas pasajeras, al melodrama real, a las historias auténticas, al consumo de masas.

Primero te llega por las ondas sociales, en forma de susurro, un título llamativo, sorprendente, incluso ingenioso; luego tu pequeño  universo de relaciones dispar y variado coinciden hablando del mismo título, de un autor que desconocías, de una historia real y hermosísima. Pero aún te resistes porque otras veces ya te ha ocurrido. Son historias bien estructuradas, de un paginación asumible, de un precio, en la edición de bolsillo, como un menú diario de comida. El tema es fácil que te llegue pues es fácilmente identificable,  véase la superación de una enfermedad, un encuentro a las puertas de la muerte, un amor de juventud. Pero aún permaneces fiel a tus ideales y sabes que al final no te va a encandilar, así que continúas amarrado al mástil a pesar de que las sirenas cantan cada vez más fuerte.
Posteriormente, una reseña literaria en un medio especializado poco entusiasta pero en la que destaca algo la obra y una amiga con criterio literario que te habla bien de la historia es suficiente para arrojarte finalmente por la borda.

Todo esto me ocurrió con Mitch Albom y su celebérrima obra "Martes con mi viejo profesor". Sí, la leí, y todo lo que suponía que me iba a ocurrir pero que no quería que sucediera, me ocurrió, me defraudó.
Obra formalmente sencilla, sin pretensiones, nos relata los últimos días de vida del profesor universitario que más marcó a Albom en su historia académica, sobretodo por ser excelente persona. El bueno de Mitch, en un momento de cuestionamiento personal, de incertidumbre vital, de descalabro en sus valores (todo muy culturalmente anglosajón)  se encuentra, por casualidad, en un programa de televisión con su viejo profesor y su filosofía de vida. Y no puede evitar viajar a verle.  A partir de ese momento se establece de nuevo una relación donde el moribundo es más vital y lúcido que nadie, donde el joven inseguro encuentra la verdad de la vida, donde todos son despedidas y lloros equilibrados, armónicos. Si a todo le añades que es una historia real y con un estilo sencillo y sin apenas lenguaje propiamente literario, es inevitable que sea todo un éxito.
Pero esto no significa que sea una literatura de calidad,es más se queda muy corto.

"Martes con mi viejo profesor" adolece de ficción, profundidad, recursos literarios, y eso, cada vez más difícil de encontrar, de magia. La magia que provoca que entres en otro universo, que huelas y sientas la enfermedad sentado en el sillón de su habitación, que percibas la angustia de los últimos días mientras presientes que es la última vez que tu amigo verá caer las hojas de su árbol; la magia que hace que te estremezcas al oír las palabras susurradas de tu viejo profesor, que respires la atmósfera cargada de medicamentos y no vuelvas a olvidar ese salitre en el aire, que revivas tus días de estudiante y llores con los últimos momentos compartidos por ambos.

Mitch Albom relata de manera lineal, sencilla, pero sin profundidad, lo que sucedió, sin literatura, sin magia, sin ficción.
Si hubiera sido un artículo periodístico hubiera sido más fiel a su naturaleza, pero no lo llamen literatura, es esta una pretensión a la que no llega. Y es que saber escribir correctamente y en orden no te convierte en escritor, ni tus escritos en literatura.

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