"...el cuento literario condensa la obsesión de la alimaña, hace perder al lector contacto con la desvaída realidad que le rodea, arrasarlo a una sumersión más intensa y avasalladora. De un cuento así se sale como de un acto de amor, agotado y fuera del mundo circundante, al que se vuelve poco a poco con una mirada de sorpresa, de lento reconocimiento, muchas veces de alivio y tantas otras de resignación"
Julio Cortázar: "Del cuento breve y sus alrededores"

miércoles, 8 de abril de 2015

Virgilio Piñeira, entre Kafka y Monterroso.

Ahí es nada, como diría un castizo. Virgilio tiene algo de dos genios de las letras, más de Kafka, del que seguro inspiró, que de Monterroso que prácticamente fue coetáneo; aunque también un estilo propio y único.
Quien no conozca al escritor cubano se va a sorprender, sin duda. Primero, por su brevedad, en general la mayoría de sus relatos no se extienden más de una o dos caras; segundo, por su diversa y angustiosa temática, desde cuentos de terror hasta historias de amor pasando por inquietantes relatos como "El album"; y tercero, por su fina ironía y respeto a unos curiosos personajes, que nos hace sonreír en más de una ocasión como en "El balcón"

"Sucedió con gran sencillez, sin afectación. Por motivos que no son del caso exponer, la población sufría de falta de carne. (...)
Con gran tranquilidad se puso a afilar un enorme cuchillo de cocina y, acto seguido, bajándose los pantalones hasta las rodillas, cortó de su nalga izquierda un hermoso filete"


El olvidado escritor cubano es un artista de la palabra conjugando síntesis y belleza para dotar a su prosa de un ritmo y armonía propia. Pero, además, es capaz de arrastrarnos casi sin querer hacia mundos extraños pero cercanos, a situaciones asombrosas pero familiares, creando una atmósfera que, si bien no es tan angustiosa como las de Kafka, sí que beben de su naturaleza absurda e inquietante, mas dotadas de una fina ironía. Y nos sumerge en ese mundo con una prosa precisa, breve y juguetona, al igual que Augusto Monterroso, presentando con unos breves rasgos una turbada realidad que percibimos cambiante y que, habitualmente, nos sorprenden con un giro de tuerca, haciendo más increíble su historia de lo presumíamos tras las primeras líneas.
Mi sensación al leer a Virgilio Piñeira es como cuando ves a algún gran mago o acróbata, que esperas el más difícil todavía o el truco más increíble, y normalmente se cumplen.
Por nombrar algunos más de los numerosos y magníficos relatos que escribió Virgilio: "La caída", "La montaña" o "El gran Baro" y, por supuesto, el siguiente fulgor recomendado.


NATACIÓN

He aprendido a nadar en seco. Resulta más ventajoso que hacerlo en el agua. No hay el temor a hundirse pues uno ya está en el fondo, y por la misma razón se está ahogado de antemano. También se evita que tengan que pescarnos a la luz de un farol o en la claridad deslumbrante de un hermoso día. Por último, la ausencia de agua evitará que nos hinchemos.

No voy a negar que nadar en seco tiene algo de agónico. A primera vista se pensaría en los estertores de la muerte. Sin embargo, eso tiene de distinto con ella: que al par que se agoniza uno está bien vivo, bien alerta, escuchando la música que entra por la ventana y mirando el gusano que se arrastra por el suelo.
Al principio mis amigos censuraron esta decisión. Se hurtaban a mis miradas y sollozaban en los rincones. Felizmente, ya pasó la crisis. Ahora saben que me siento cómodo nadando en seco. De vez en cuando hundo mis manos en las losas de mármol y les entrego un pececillo que atrapo en las profundidades submarinas.

Virgilio Piñera (Cuba, 1912-1979)

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