"Una pareja se abraza en un autobús. Son muy hermosos y ella tiene uno de esos rostros blancos y misteriosos de las madonnas italianas. Se les ve hondamente enamorados, absortos el uno en el otro.
De pronto, ella se retira hacia atrás y acaricia, por encima del pantalón, el sexo del compañero.
Es un gesto desprovisto de obscenidad, que ejecuta con inequívoca dulzura. De hecho no se descompone la escena.
Ambos continúan abrazados, pendientes sólo de su amor, y la expresión de la chica al ejecutar la atrevida caricia no es diferente a la que ilumina su rostro cuando poco después se pone de puntillas para rozar castamente con los labios la mejilla de su compañero".
Gustavo Martín Garzo
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